California, here we come, ¿os acordáis del tema inicial de The O.C.? La famosa serie con Adam Brody y ese pivón de Mischa Barton (aunque yo prefiriera a Rachel Bilson). ¿A qué sí, verdad? Pues, hace siete años, en el medio de la serie ambientada en la rica Newport Beach, decidí ir a ver en persona algunos de esos lugares hechos famosos gracias a la televisión. Decidí irme a California. Acababa de cumplir 21 años, la edad mínima para entrar en los bares y consumir alcohol en los Estados Unidos y en mi cabeza todavía estaban muy frescos los recuerdos de los meses de servicio militar. El plan era muy simple: ir tres meses a San Diego con un amigo para aprender inglés. Ese primer gran viaje duró casi seis si le sumamos nuestros vagabundeos por México, los parques nacionales, las grandes ciudades de la costa este y una escapada canadiense. Al viajar ya le había cogido el gusto antes, pero California representó muchas “primera vez” viajeras y fue probablemente una de las razones por las que hoy sigo viajando casi sin parar. Su duración, el road trip, la mochila al hombro, la lejanía de casa. Además, la experiencia californiana me abrió las puertas sobre un mundo que hasta entonces parecía existir solamente en la pantalla de la televisión. Las carreteras de ocho carriles, las grandes vallas de McDonald’s, Burger King y mil otros fast food que en Europa ni conocemos al lado de la carretera. La gente con enormes “tazas” de café siempre en la mano. Las casitas con el césped que parece siempre recién cortado y la bandera colgando al viento. Y los lugares míticos: L.A. y San Francisco, las playas de Malibú, la California State Route 1.
Siete años más tarde y quién sabe cuántos miles de quilómetros más en las piernas, estoy a punto de volver ahí. Últimamente es la segunda vez que me pasa de volver a un lugar varios años después de la primera visita. El año pasado volví a Ámsterdam y fue interesante ver lo que había cambiado en diez años. No tanto en la ciudad, sino en mí. El chaval de dieciocho años que celebró Nochevieja en la capital holandesa en 2002 no volvió a callejear por los canales fríos ni volverá nunca a viajar a ningún sitio. Ya no existe. Del mismo modo, el tío que se “preparaba” para entrar en la facultad y que quedó fascinado por la naturaleza de los Estados Unidos poco tiene que compartir con la persona que soy hoy. ¿Cómo vivimos una ciudad la primera vez que la visitamos? ¿Y la segunda? Y si además de las diferencias entre la primera y la segunda vez añadimos siete, diez, quince años a los ojos que la miran, ¿Cuál será el resultado? Vuelvo a San Diego con un bagaje personal infinitamente mayor del que tenía cuando bajé del avión una noche de marzo de 2006. Quizás el pelo ya no me lo corto yo solo y The O.C. ya no sea el tipo de serie que prefiero. Sin embargo, las Converse siguen siendo mis zapatillas y de vez en cuando sigo haciendo alguna que otra tontería como las que hacía cuando tenía 21 años (o menos). Sin embargo, la evolución personal continúa y seguramente esta nueva California también me dejará algo importante.
El tiempo mitifica los recuerdos, los amolda y los endurece, los hace borrosos o sorprendentemente nítidos. Cambian las memorias de aquellos días, cambiamos nosotros viaje tras viaje. La palabra del día de hoy es California, pero habría podido ser tranquilamente cambio. C de cambio. Pues sí, suena bien. Y se renueva aventura tras aventura.