No es una casualidad que un lugar se dé a conocer al gran público gracias a un libro o una película. Nadie duda ya del poder del cine o la literatura. Justo estos días, estoy disfrutando de la lectura de un libro de Antonio Tabucchi en el que el autor cuenta un viaje que hizo a Canadá, empujado por una película que había visto. Sitios así, cuya elección tiene que agradecerse (o maldecirse) a un escritor o un director de cine, hay muchos en el mundo. Este mismo destino le tocó a una ciudad italiana que visité hace unas semanas, Cortona, en la Toscana. El íncipit en este caso fue el libro “Bajo el sol de la Toscana” de Mayes Frances, que sin duda marcó un antes y un después en la historia turística de la ciudad. No es que Cortona desconociera el turismo, pero es cierto que el libro -y la peli que vino después- contribuyeron grandemente a dar a conocer su nombre en los cuatros rincones del mundo. La vista de la extensa llanura chianina y del Lago Trasimeno desde la Fortaleza del Girifalco encaramada en la cumbre de la colina; los casi tres kilómetros de muralla antigua; las pinturas solemnes del Beato Angelico; el ambiente todavía autentico que se respira por las cuestas del centro y la sacralidad de sus templos son motivos más que suficientes para pasar unos días en esta antigua ciudad que hace remontar sus orígenes a los tiempos de los etruscos. Sin embargo, ha sido sobre todo desde la salida del libro en 1996 cuando estas calles han empezado a llenarse de turistas – en su mayoría anglófonos – curiosos de dar sustancia a las imágenes que habían creado en sus mentes leyendo el libro. Todo, por supuesto, bajo el acogedor y real sol de…Cortona.
Una vez que nos hemos dejamos la autopista atrás, nos encontramos rodeados por los campos de la Valdichiana donde aguantan estoicamente ejércitos de amarillos y fotogénicos girasoles. Allá al fondo, Cortona empieza a vislumbrarse, y desde su posición privilegiada domina la escena de postal desde una suave colina. La antigua ciudad etrusca nos da la bienvenida encendida por los últimos rayos del sol que se va apagando a nuestra izquierda. Para intentar acercarnos al centro histórico con el coche tenemos que seguir el perfil imponente de la muralla medieval hasta alcanzar la plaza Garibaldi. A pesar de ser una ciudad cada vez más preparada por el turista, en Cortona todavía puede ser un problema encontrar un hueco donde aparcar. Los aparcamientos subterráneos como los de Asís llegarán, sólo es cuestión de tiempo, pero de momento hay que tener un buen control de los pedales para meter el coche en uno de los aparcamientos laterales cuesta arriba.
El centro histórico, hoy en día habitado por unas 800 almas, se ramifica de la línea horizontal de Ruga piana, o via Nazionale, hacia abajo, pero sobre todo hacia arriba en empinadas callejuelas de piedra. Pasear unos días por las calles de Cortona es un buen entrenamiento para las piernas y los gemelos, porque aquí nadie huye del continuo subibaja. Afortunadamente y a pesar del fuerte aumento de turistas de los últimos años, la ciudad sigue manteniendo su verdadera esencia toscana y sobre todo de pueblo. Sin embargo, todo esto no se sabe cuánto durará. La llegada masiva de turistas está modificando la estructura originaria del lugar, no tanto arquitectónicamente – sería un sacrilegio -, sino a nivel social, visto que se está viviendo un verdadero éxodo general entre los locales. Así, mientras el casco antiguo se va vaciando a causa de la subida de los alquileres – pensado más para bolsillos extranjeros -, Camucia, la parte moderna y muy anónima de Cortona en los pies de la colina, acoge a los “inmigrantes”. La vida se desarrolla aquí, en llanura; en cambio, arriba, el típico acento toscano –ya de por si no muy fuerte por la vecindad con otras regiones- se mezcla cada primavera más con el inglés. La suerte de tener a pocos minutos una alternativa feucha pero cómoda no está ayudando a Cortona a mantenerse viva gracias a los cortonesi.
De este paso, existe el riesgo concreto de crear una nueva Asís o una nueva San Gimignano: lugares extremamente bonitos, pero hechos a medida del turista, que pierden su genuinidad y acaban pareciendo artificiales. Los lugareños esperan que no, los turistas habituales tampoco, pero la verdad es que la tendencia de los últimos años hace pensar otra cosa. Hay que decir que no todo aquí apunta en esa dirección, hay grupos locales que a través de manifestaciones, festivales y fiestas siguen defendiendo la esencia cortonese frente a las invasiones bárbaras. A pesar de lo que vendrá en el futuro, en las plazas de Cortona todavía se encuentran esos personajes típicos de los pueblos, y no es raro cruzarte en un bar con caras conocidas (bueno, eso obviamente les pasa a mis padres que llevan seis años viniendo). Y esto es un punto a favor de la verdadera Cortona.
El pueblo vale la pena visitarlo sin mapa, mucho mejor perderse por sus calles con la seguridad, en caso de necesidad, de que siempre habrá alguna osteria donde dejarse caer un rato degustando un Syrah o comiendo algo para recuperar vigor. La vida se desarrolla en torno a dos plazas, la de Republica y la contigua plaza Signorelli. El Palazzo del Comune con su cuadrado campanario domina la primera, mientras que el Teatro Signorelli decora la segunda. La mejor vista de todo el ambiente es la que se tiene desde las bellas bóvedas en el otro lado de la plaza. Lejos de querer aburriros con una visita virtual de todas las atracciones de Cortona, me gustaría simplemente señalar los dos sitios que más me impactaron. Pasando las dos plazas, enfrente del Duomo, cogemos la estrecha via del Gesù y de repente cruzaremos la calle más antigua de toda Cortona, via Jannelli. Aquí las casas tienen una curiosa estructura a causa de la segunda planta que parece empujar decidida hacia la calle, sostenida y bloqueada en su salto por unos palos de madera. Herencia de los barrios medievales, la forma de la pequeña y compacta hilera de casas llega a formar una especie de pórtico no terminado, un techo en caso de lluvia.
Perdidas entre la naturaleza salvaje de la región, no muy lejos del casco antiguo, crecen como trabajadas en la roca, unas celdas entre las cuales vivió San Francesco de Asís a los pocos años de cambiar radicalmente su vida. “Hay más misticismo en una sola piedra de las Celle que en toda Asís” parece haber murmurado un periodista emocionado al encontrarse delante el espectáculo de las Celle di Cortona (las celdas de Cortona). La calma de los alrededores y la belleza rústica del complejo junto a la presencia silenciosa de los frailes conceden a todo el ambiente una aurea especial. El complejo de las celdas existía en parte ya antes de la llegada del santo a Cortona, pero fue gracias a los franciscanos, que todavía ocupan el lugar, por lo que se dieron a conocer. San Francisco llega a las celdas sobre el año 1210 después de dejar Santa María delle Grazie cerca de Asís. Esta ermita hay que visitarla en silencio, en respeto a las normas de la cofradía, pero sobre todo para captar todo aquel misticismo que había chocado a nuestro periodista.
Como he prometido, aquí termino mi no-guía turística de Cortona. Hacía algunos años que no me iba de vacaciones con mis padres y mi hermano para más de un día, pero ha sido divertido pasar unos días con ellos visitando el lugar más a su manera que no a la mía. Del montón de horas pasadas sentados a una mesa comiendo – interesante peculiaridad de su manera de viajar – creo que saldrá un post gastronómico escrito a ocho manos, puesto que son ellos los expertos en materia. Ya veremos. De momento, Cortona, ciudad con una historia más antigua que la de Roma, se acaba aquí.